
Aún ahora intento recordar cada palabra de nuestras conversaciones, asumiendo el riesgo, que considero mínimo, de que se me olviden mil cosas más. Porqué, no sé porqué, me enorgullecía que la gente que nos cruzábamos por la calle pensase que éramos más de lo que en realidad éramos. Que entre nosotros existía una complicidad que no había, pero que igual, en algún momento, hubiese existido.
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